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lunes, 23 de marzo de 2015

Después del invierno

Después del invierno (Anagrama, 2014)
por Guadalupe Nettel
México, 2014

Claudio es un cubano egocéntrico que vive en Nueva York.  Cecilia es una mexicana tímida que vive en París.  Cuando su breve aventura amorosa estalla en llamas, los ex novios siguen caminos separados para restablecerse y para prepararse para las próximas decepciones en la vida.  A pesar del aparente convencionalismo del argumento, me gustó Después del invierno.  En vez de ser una novela dedicada a personajes cerrados y punto, la obra trata de la carga de la aflicción con perspicacia más que de costumbre y también versa sobre lo que significa ser "un ser fronterizo" (Loc 944 en la edición Kindle) al encontrarse vivir en el extranjero.  Como es de suponer en una obra en que Cecilia está escribiendo una tesina sobre "escritores latinoamericanos enterrados en París" (Loc 2239), en que un vecino suyo dice que los libros "encierran los pensamientos y las voces de otras personas que viven o han vivido en este mundo.  Todos estos autores tienen en común el hecho de estar enterrados aquí, frente a nosotros" antes de prestar Lo infraordinario, la "publicación póstuma" de Georges Perec (Loc 1003), y en que un par de personajes sufren de la depresión y/o contemplan el suicidio en medio de hablar de su afición a César Vallejo y Nick Drake, Nettel alude al hecho de que París "es un inmenso cementerio" (Loc 1845) para llamar la atención a otra frontera significativa: la tierra de nadie entre los vivos y los muertos.  Si, de acuerdo con el conocido ensayo autobiográfico de Roberto Bolaño, podamos todavía afirmar que Literatura + enfermedad = enfermedad, eso no le quita valor del memento mori angustiado que es el libro estimable de Nettel.  Conmovedor.

Guadalupe Nettel

domingo, 15 de marzo de 2015

Una excursión a los indios ranqueles: Captivity Narratives I

Una excursión a los indios ranqueles (EDICOL, 2006)
by Lucio V. Mansilla
Argentina, 1870

Towards the very end of Una excursión a los indios ranqueles--a book first published as a series of letters in the Buenos Aires newspaper La Tribuna and, as previously mentioned, now translated into English by Eva Gillies as A Visit to the Ranquel Indians [Lincoln: University of Nebraska Press, 1997]--Colonel Lucio V. Mansilla shares two captivity narratives that probably weighed on the minds of many of his readers back home seeing as how they had to do with the abduction of white women by Indian raiding parties along the Cordoban frontier.  Although I'm not going to take the time to comment on the second captive's story right now, in the first of the two stories Mansilla describes his meeting with a captive by the name of Doña Fermina Zárate, seized at about the age of 20 and now one of the longtime wives of a Ranquel cacique or chieftain known as Ramón.  Chief Ramón, one of the Ranqueles whom Mansilla most admires, has just told his visitor that "la señora es muy buena, me ha acompañado muchos años, yo le estoy muy agradecido, por eso le he dicho ya que puede salir cuando quiera volverse a su tierra, donde está su familia" ["the señora is very good, she has kept me company many years, I am very grateful to her; so I've told her she may go if she wishes and return to her own country where her family lives"] (492 in the Spanish, 360 in Gillies' English translation).  However, to Mansilla's surprise, the captive greets the news of her liberation not with tears of joy but with torrents of tears.  To give you a close-up of Mansilla's personality as a writer, his struggles to overcome his racism, and a dramatic indication of his work's value as a primary source,  here's the rest of the vignette-like scene in Mansilla's own words beginning with the moment when the colonel and the captive are left alone by the Ranquel husband Ramón (493 in the Spanish, 360-361 in the English):

-¿Y por qué no se viene usted conmigo, señora? -la dije.
-¡Ah!, señor -me contestó con amargura-, ¿y qué voy a hacer yo entre los cristianos?
-Para reunirse con su familia.  Ya la conozco, está en la Carlota, todos se acuerdan de usted con gran cariño y la lloran mucho.
-¿Y mis hijos, señor?
-Sus hijos...
-Ramón me deja salir a mí porque realmente no es mal hombre; a mí al menos me ha tratado bien, después que fui madre.  Pero mis hijos, mis hijos no quiere que los lleve.
No me resolví a decirle: Déjelos usted, son el fruto de la violencia.
¡Eran sus hijos!
Ella prosiguió:
-Además, señor, ¿qué vida sería la mía entre los cristianos después de tantos años que falto de mi pueblo?  Yo era joven y buena moza cuando me cautivaron.  Y ahora ya ve, estoy vieja.  Parezco cristiana, porque Ramón me permite vestirme como ellas, pero vivo como india; y francamente, me parece que soy más india que cristiana, aunque creo en Dios, como que todos los días le encomiendo mis hijos y mi familia.
-¿A pesar de estar usted cautiva cree en Dios?
-¿Y Él qué culpa tiene de que me agarraran los indios?  La culpa la tendrán los cristianos que no saben cuidar sus mujeres ni sus hijos.
No contesté; tan alta filosofía en boca de aquella mujer, la concubina jubilada de aquél bárbaro, me humilló....

["So why don't you come away with me, señora?"
"Ah, Sir!" replied she with bitterness, "and what am I to do among the Christians?"
"Come and join your family!  I know them, they're at La Carlota, they all remember you with the greatest affection and mourn for you."
"And what about my children, Sir?"
"Your children?"
"Ramón's letting me go myself--because really he's not a bad man; me at least he's always treated well, after I became a mother.  But my children--he doesn't want me to take away my children."
I could not make up my mind to say to her, "Leave them behind, they are the offspring of violence."  They were her children!
She went on, "Besides, Sir--what sort of a life would I have among Christians, after being away from my hometown for so many years?  I was young and pretty when they took me captive.  And now, as you can see, I've grown old.  I look like a Christian, because Ramón allows me to dress as they do; but I live like an Indian woman and, honestly, I think I'm more more Indian than Christian--though I do believe in God and indeed commend my children and family to Him every day."
"Despite being a captive, you believe in God?"
"And what fault of His is it that the Indians grabbed me?  The fault lies with the Christians, who don't know how to look after their women or their children."
I made no answer: such high philosophy from the lips of that woman--the pensioned-off concubine of that barbarian--humbled me....]

Mansilla's obvious struggle to make sense of the complexity of the situation--"I could not make up my mind to say to her, 'Leave them behind, they are the offspring of violence.'  They were her children!"--and Doña Fermina's description of the Christians as "they" rather than "we" are the sort of things that make Mansilla an excellent and "authentic" tour guide.  And even though Mansilla doesn't hesitate to call his Indian host "that barbarian," he often tries to understand the barbarians and their "more Indian than Christian" captives from their points of view.  Is that enough to justify his frequent racism?  You be the judge.  Next up: a captivity narrative from Mansilla about a Ranquel Indian abducted by whites.  Below: two 19th century paintings dedicated to the trauma or propaganda value of Indian raids: Argentinean Ángel della Valle's La vuelta del malón [The Return of the Raiders], a detail of which figures on the cover of my EDICOL edition of Una excursión a los indios ranqueles, and German Johann Moritz Rugendas' El malón [The Indian Raid], a canvas concerning a Mapuche raid in Chile.  People who have read César Aira's 2000 novel Un episodio en la vida del pintor viajero [An Episode in the Life of a Landscape Painter], a work having to do with the "landscape painter" Rugendas' multiple and exotic misfortunes in Argentina including being struck by lightning and witnessing Indian raids, can now start debating whether the surrealistic scene in which an Indian raider grabs an uncommonly large salmon as if to steal it for a mate is actually an inside joke inspired by the lady captive's salmon steak-colored dress in the center of El malón below.  Mansilla-della Valle-Rugendas-Aira.  That sure seems to be the case to me!

 La vuelta del malón
(Ángel della Valle, 1892)

El malón
(Johann Moritz Rugendas, 1836)

jueves, 12 de marzo de 2015

Una excursión a los indios ranqueles

Una excursión a los indios ranqueles (EDICOL, 2006)
por Lucio V. Mansilla
Argentina, 1870

Criticado por ser un dandy, por ser un egotista (Adolfo Prieto: "Junto con Sarmiento, Mansilla es tal vez el hombre que ha hablado más de sí mismo en nuestro país" [13]) y, de forma irónicamente reveladora, por ser un gran admirador de Du contrat social de Rousseau en la época del dictador Juan Manuel de Rosas (quien, dicho sea de paso, era el tío del joven lector), Lucio V. Mansilla (1831-1913) tomó venganza de casi todos sus críticos con la publicación de Una excursión a los indios ranqueles, un libro que, además de ser reteinteresante por ambos su contenido y su mera estructura (es decir, un mezcla de géneros como el diario de campaña, el relato de viaje, y la etnografía entre otras cosas), también propone una suerte de desafiante respuesta al problema de "civilización y barbarie" como formulado por Domingo Faustino Sarmiento en su polémico FacundoEn resumen, lo siento esperé tanto tiempo para leerlo.  En todo caso, empecemos con el asunto del estilo del autor.  En primer lugar, se puede decir sin miedo a equivocarse que Mansilla escribió su Excursión para el lector culto y el hombre de la calle a la vez.  Por ejemplo, él describe el cacique de los ranqueles, Mariano Rosas, como "el Talleyrand del desierto" en algún momento (35) y dice que un orador indio es "un Cicerón de la Pampa" en otro (176).  Estas dos plumadas retóricas son típicas del estilo elevado de Mansilla, y éste no vacila en revelarse como un lector voraz al mencionar Brillat-Savarin, Emerson, Goethe, Manzoni, Schiller, Shakespeare y varias otras superestrellas de la blogosfera del siglo XIX en el curso de su relato.  En otra parte, el buen coronel Mansilla dedica tres capítulos a la espeluznante historia de la muerte y la "resurección" de un tal cabo Gómez, dirigiéndose al "lector paciente" para hacer hincapié en el hecho que "el único mérito que tiene este cuento de fogón" sobre un soldado de la guerra del Paraguay "es ser cierto.  No todas las historias pueden reivindicar ese crédito" (78).  Basta decir que ésta no será la última vez que Mansilla se muestra preocupado por su relación con el lector.  Habiendo ya dicho que el deseo de celebrar un tratado de paz con los ranqueles junto con "el deseo de ver con mis propios ojos ese mundo que llaman Tierra Adentro, para estudiar sus usos y costumbres, sus necesidades, sus ideas, su religión, su lengua, e inspeccionar yo mismo el terreno por donde alguna vez quizá tendrán que marchar las fuerzas que están bajo mis órdenes" (31) fueron las razones para iniciar el viaje de 18 días que él, dos padres franciscanos y un puñado de sus tropas pasaron viajando más allá de la frontera cordobesa, Mansilla pasa las más que 500 páginas que siguen informándonos de lo que observó en gran y frecuentemente memorable detalle.  Hay escenas divertidas donde él enumera las formalidades para saludos de los ranqueles ("Que cómo me había ido de viaje.  Que si no había perdido algunos caballos.  Que cómo estaba yo y todos mis jefes, oficiales y soldados"), preguntas seguidas por abrazos y apretones y varios "hurras y vítores" (177).  Hay himnos al campo argentino: "Lo digo ingenuamente, prefiero el aire libre del desierto, su cielo, su sublime y poética soledad a estas calles encajonadas, a este hormigueo de gente atareada, a estos horizontes circunscritos que no me permiten ver el firmamento cubierto de estrellas, sin levantar la cabeza, ni gozar del espectáculo imponente de la tempestad cuando serpentean los relámpagos luminosos y ruge el trueno.  Hacía un día hermoso" (320).  Hay debates diplomáticos como en Tucídides en que el cacique Mariano Rosas le pregunta a su contrincante el coronel Mansilla "con qué derecho habíamos ocupado el Río Quinto; dijo que esas tierras habían sido siempre de los indios; que sus padres y sus abuelos habían vivido por las lagunas de Chemecó, la Brava y Tarapendá por el cerillo de la Plata y Langhelo; agregó que no contentos con eso todavía los cristianos querían acopiar (fue la palabra de que se valió) más tierra".  Mansilla: "Que la tierra no era de los indios, sino de los que la hacían productiva trabajando".  Rosas: "¿Cómo no ha de ser nuestra cuando hemos nacido en ella?" (413).  También hay reflexiones sobre los gauchos buenos y los gauchos malos, historias dedicadas a los desertores y los bandidos que elijen vivir entre los ranqueles, y más de una anécdota triste sobre el destino de los cautivos cristianos que viven entre los indios como familia y/o esclavos.  Sorprendentemente, a pesar de varios comentarios suyos en el que llama a los tribus "bárbaros" y cosas por el estilo, Mansilla concluye su informe con una medida de respeto para los ranqueles que se diferencia de la dicotomía de civilización y barbarie propuesta por Sarmiento 25 años antes.  Les dejo con un par de citas: 1) "Mientras tanto, el bárbaro, el salvaje, el indio ese, que rechazamos y despreciamos, como si todos no derivásemos de un tronco común, como si la planta hombre no fuese única en su especie, el día menos pensado nos prueba que somos muy altaneros, que vivimos en la ignorancia, de una vanidad descomunal, irritante, que ha penetrado en la oscuridad nebulosa de los cielos con el telescopio, que ha suprimido las distancias por medio de la electricidad y del vapor, que volará mañana, quizá, convenido; pero que no destruirá jamás, hasta aniquilarla una simple partícula de la materia, ni le arrancará al hombre los secretos recónditos del corazón" (500-501).  2)  "¿No tuvieron los conquistadores que casarse con mujeres indígenas, entroncando recién entre sí, pasada la primera generación?  Y entonces, si es así, todos los americanos tenemos sangre de indio en las venas, ¿por qué ese grito constante de exterminio contra los bárbaros?  Los hechos que se han observado sobre la constitución física y las facultades intelectuales y morales de ciertas razas, son demasiado aislados para sacar de ellos consecuencias generales, cuando se trata de condenar poblaciones enteras a la muerte o la barbarie" (523).  Un librazo.

A Visit to the Ranquel Indians (University of Nebraska Press, 1997)
by Lucio V. Mansilla [translated from the Spanish by Eva Gillies]
Argentina, 1870

Criticized for being a dandy, for being an egotist (Adolfo Prieto: "Junto con Sarmiento, Mansilla es tal vez el hombre que ha hablado más de sí mismo en nuestro país" ["Together with Sarmiento, Mansilla is perhaps the man who has most talked about himself in all our country"]) (13 in the Spanish language edition of the work) and, tellingly, for being a great admirer of Rousseau's The Social Contract in the age of the dictator Juan Manuel de Rosas (the young reader was, in fact, the nephew of the caudillo), Lucio V. Mansilla (1831-1913) no doubt exacted revenge on almost all his critics with the publication of A Visit to the Ranquel Indians, a book which, in addition to being super interesting on account of both its subject matter and its stucture itself (a freewheeling blend of the campaign diary, the travel chronicle, and amateur ethnography among other things), proposes a sort of defiant response to the problem of "civilization and barbarism" as formulated by Domingo Faustino Sarmiento in the polemical Facundo.  In short, I'm sorry I waited so long to read the damn thing.  In any case, let's begin with a look at the author's style.  First off, it's clear that Mansilla wrote his Visit with both the learned reader and the man in the street in mind.  For example, he describes the chief of the Ranqueles, Mariano Rosas, as "this Talleyrand of the wilderness" at one point (6) and says that an Indian orator is "a veritable Cicero of the Pampas" at another (116).  These two rhetorical flourishes are typical of Mansilla's elevated style, and he doesn't hesitate to reveal himself as a voracious reader by namedropping Brillat-Savarin, Emerson, Goethe, Manzoni, Schiller, Shakespeare and various other superstars of the 19th century blogosphere during the course of his work.  Elsewhere, the good Colonel Mansilla dedicates three chapters to the hair-raising story of the death and "resurrection" of a certain Corporal Gómez, directing himself to the "patient reader" to stress that "the only merit of this campfire tale" about a soldier from the Paraguayan war "is that it is true.  The same cannot be said of all stories" (38-39).  Suffice it to say that this won't be the last time that Mansilla shows concern about where he stands in the reader's favor.  Having declared at the outset that the desire to conclude a peace treaty with the Ranqueles along with "the desire to see with my own eyes that world they call Up Country, in order to study its habits and customs, its needs, ideas, religion, and language, and myself view the terrain over which some day the forces under my command might have to march" (2) were the principal reasons for undertaking the 18-day long journey which he, two Franciscan priests, and a handful of troops spent traveling beyond the Córdoba frontier, Mansilla spends the nearly 400 pages that follow filling us in on all he observed with minute and often memorable detail.  There are humorous scenes where he enumerates the formulaic salutations the Ranquel emissaries would repeatedly use to greet him--"That he was very glad that I was gradually reaching his country (first reason).  That he wished to know how I had fared on my journey (second reason).  Whether I had not lost any horses on the way (third reason).  How was I, together with all my senior officers and subalterns (fourth reason)"--questions followed by ritual embraces and handshakes and various "hurrahs and vivas" (116-117).  There are hymns to the Argentinean countryside: "I say it in all simplicity: I prefer the free air of the wilderness, its skies, its sublime and poetic solitude to these boxed-in streets, this anthill of busy people, these narrow horizons that do not allow me, unless I raise my head, to see the star-studded firmament or to enjoy the imposing spectacle of a storm, when the luminous lightning darts snakelike and the thunder roars.  It was a beautiful day" (226).  There are diplomatic debates as in Thucydides in which Chief Mariano Rosas asks his opponent Colonel Mansilla "by what right we had occupied the Río Quinto; said that those lands had always belonged to the Indians, that his parents and grandparents had lived around the lagoons of Chemecó, Brava, and Tarapendá, around the hillock of La Plata and around Langhelo; he added that, not content with this, the Christians wanted to 'collect' (that was the word he used) more land."  Mansilla: "The land did not belong to the Indians but to those whose work made it productive."  Rosas: "How can the land not belong to us, if we were born in it?" (300).  There are also reflections on the differences between good and bad gauchos, stories dedicated to the white deserters and bandits who chose to live among the Ranqueles, and a few harrowing anecdotes concerning the Christian captives forced to live among the Indians as family members or slaves.  Surprisingly, in spite of numerous comments in which he refers to the natives as "barbarians" and things of that nature, Mansilla concludes his report with a measure of respect for and understanding of the Ranqueles that differs from the civilization and barbarism dichotomy proposed by Sarmiento 25 years earlier.  I'll leave you with a pair of quotes on the matter: 1) "Meanwhile that barbarian, that savage, that Indian we reject and despise--as if we were not all branches of the same tree, as if the "man-plant" were not a single species--shows us one fine day that we are very arrogant, that we live in ignorance, that ours is an inordinate itching vanity that has indeed pierced the nebulous darkness of the skies with its telescope, has done away with distance by electricity and steam, will perhaps fly tomorrow--granted--but that will never destroy to annihilation one simple particle of matter nor wrest from man the deepest secrets of his heart" (366).  2) "Did the conquerors not have to take native wives, mating among their own kind only after the first generation?  So, if all of us in the Americas [sic] have Indian blood in our veins, why this constant cry for the extermination of the barbarians?  The facts that have been observed concerning the physical constitution and the intellectual and moral faculties of certain races are too sparse to enable us to draw general consequences from them when it is a matter of condemning entire races to death or to barbarism" (384).  Great stuff.

lunes, 2 de marzo de 2015

The Secret Agent

The Secret Agent (Penguin Classics, 2007)
by Joseph Conrad
England, 1907

"Exterminate, exterminate!  That is the only way of progress."
(The Secret Agent, 240)

Joseph Conrad's 1907 cover of "Anarchy in the U.K." isn't as rousing or anthemic as the Sex Pistols' debut single--even if, at its best, it's sometimes its equal in ironic malevolence--but I'm willing to overlook that for r-r-right now-w-w on account of the well-known greater availability of cheap speed and antisocial power chords in the "don't know what I want/but I know how to get it" 1970s.  In any case, what concerns us here is that the title character of the bomb-throwing satirical thriller The Secret Agent is a part-time pornographer, part-time family man, and full-time employee of the Russian embassy by the name of Adolf Verloc whose involvement in a bungled plot to blow up the Greenwich Observatory in order to cast suspicion on London's anarchist community will make him rethink the age old adage that "Ⓐ is the only way to be!" when his wife, the cops, and of course those dirty rotten anarchists themselves all line up to fight over who wants Verloc out of the way the most by the end of the squalid tale.  Not having read any other Conrad novels since Heart of Darkness back in the Apocalypse Now/early Thatcher days, what was easily the least gratifying thing about the resumption of my reading relationship with the guy was seeing how inauthentic the Verloc character became after the bombing mishap at the center of the story.  That was almost a deal-breaker for me, in fact.  Fortunately, what was probably the most gratifying thing about the resumption of my reading relationship with the guy was seeing what a full-on, mean-spirited loon he could be re: the art of description--saying, for example, that a good housewife turned murderess "had put all the inheritance of her immemorial and obscure descent, the simple ferocity of the age of caverns, and the unbalanced nervous fury of the age of bar-rooms" (208) into the stabbing of her victim is probably Darwinian evidence enough, but that example positively pales in comparison to the "outrage" of an earlier one in which a certain Chief Inspector Heat examines the remains of a bombing victim on an exam room table as the reader is told "And meantime the Chief Inspector went on peering at the table with a calm face and the slightly anxious attention of an indigent customer bending over what may be called the by-products of a butcher's shop with a view to an inexpensive Sunday dinner" (70).  Pre-punk punk, punk!

Joseph Conrad (1857-1924)