Páginas

viernes, 18 de marzo de 2016

Femmes d'Alger dans leur appartement

Femmes d'Alger dans leur appartement (Le Livre de Poche, 2013)
by Assia Djebar
Algeria, 1980 & 2002

By far the best thing about Assia Djebar's provocative but maybe not always über-entertaining short story collection Femmes d'Alger dans leur appartement [Women of Algiers in Their Apartment] is the in your face afterword "Regard interdit, son coupé" ["Forbidden Gaze, Silenced Sound"] in which Djebar maintains that the 1834 Delacroix harem painting which provided the title for her book continues to fascinate us in part because it offers up "un regard volé" ["a stolen glance"] at what in reality is even today very much a "univers clos" ["closed universe"]: the cloistered world of Algerian women (241 & 243).  Like Tolstoy's historiographic essay at the end of War and Peace, Djebar's non-fiction commentary alludes to and amplifies many of the thematic concerns of the fictional world at hand.  In the novella-length title story, for example, Sarah, now a musicologist transcribing women's songs from bygone times but once locked up in the infamous Barberousse prison during the war for independence, recounts how she was "une prisonnière muette" ["a mute prisoner"] during most of her sentence--"un peu comme certaines femmes d'Alger aujourd'hui" ["a little like certain women in Algiers today"] who, through fear of social change or on account of their invisibility in the man's man's man's world of the dominant culture, remain locked up in prisons of their own (124).  In "Il n'y a pas d'exil" ["There Is No Exile"], on the other hand, Djebar suggests that it isn't just men who bear responsibility for the second class citizenship of Algerian women: "Une femme honorable ne travaille pas hors de sa maison" ["An honorable woman doesn't work outside the home"], one mother of a working daughter says--or at least used to say (148).  The reason for her change of tune?  At the time in which the story is set, the war against the French had created both a surplus of exiles and a shortage of men.  Women have to work if they wish to live or to live well.  Whatever the strengths of these individual stories on their literary merits or for their windows onto this so-called closed universe, though, it's that bottle-smashing, flamethrowing afterword that's put an exclamation point on my desire to read more of Djebar at some point.  In a span of just under 30 pages, the essayist revisits the three day long voyage en Orient to the recently conquered capital city that led Eugène Delacroix to conceive of the original Femmes d'Alger dans leur appartement prior to foregrounding the role of  Algerian women in the more recent past as the "porteuses de bombes" ["carriers of bombs"] at the Battle of Algiers (261).  In between, she notes that even as Algerian "nationalism" against "outsiders" has triumphed over the colonialists from time to time, "l'image de la femme n'est pas perçue autrement: par le père, par l'époux et, d'une façon plus trouble, par le frère et le fils" ["the image of women isn't perceived any differently: by fathers, by husbands, and in an even more troubling fashion, by brothers and sons"] (244).  Situated in something of an adversarial relationship with regard to both Algerian men and one of the three major languages of Algeria itself (note, the author tells us on p. 247, that the "dialectal" Arabic for the act signifying the casting off of the veil = "je ne sors plus protégée" + "je sors deshabillé ou même dénudée" ["I no longer go out protected" + "I go out undressed or even stripped bare," highlighted words italicized as in the original]), is it any wonder that Djebar would indict the silencing of women as a quasi-colonial "seconde mutilation" ["second mutilation"] or denounce the "parole déflorée, violentée" ["deflowered, violated word"] in acquiescence to a forced marriage as the dress rehearsal for "l'autre défloration, l'autre violence" ["the other deflowering, the other violence"] to follow (254)?  Wow, incendiary stuff.

Assia Djebar (1936-2015)

viernes, 11 de marzo de 2016

El mago de Viena

El arte de la fuga/El viaje/El mago de Viena (Anagrama, 2007)
por Sergio Pitol
México, 2005

El mago de Viena, el tercer tomo en la llamada Trilogía de la Memoria de Sergio Pitol (¡y el único que tiene "robots fornicatorios" como un elemento argumental! [459]), es una super genial recopilación de ensayos literarios, listas de autores preferidos, "trozos de la vida del escritor", e incluso una superficie novelesca dedicada a un libro falso describido como el "modelo perfecto de literatura light": El mago de Viena (456).  ¡Divertidísimo!  Pitol, cuyo entusiasmo por la literatura y el lenguaje es contagioso, afirma en algún momento: "yo adoro los excéntricos".  ¿Quiénes son estos raros?  En líneas generales, son escritores que "aparecen en la literatura como una planta resplandeciente en las tierras baldías o un discurso provocador, disparatado y rebosante de alegría en medio de una cena desabrida y una conversación desganada".  Más específicamente, "Laurence Sterne, William Beckford, Jonathan Swift, Nikolái Gógol, Tomasso Landolfi, Carlo Emilio Gadda, Witold Gombrowicz, Bruno Schulz, Stanislaw Witkiewicz, Franz Kafka, Ronald Firbank, Samuel Beckett, Ramón del Valle-Inclán, Virgilio Piñera, Thomas Bernhard, Augusto Monterroso, Flann O'Brien, Raymond Roussel, Marcel Schwob, Mario Bellatin, César Aira, Enrique Vila-Matas son excéntricos ejemplares".  Dicho de otra manera, "son los pocos autores que hacen de la escritura una celebración" (538-539).  Bueno.  De todos estos excéntricos, entre los que son "nuevos" para mí, tengo que decir que Pitol ya me convenció a comprar la primera novela de Flann O'Brien luego de leer el juicio que "At Swim-Two-Birds es un laberinto cuyos muros están cubiertos de espejos.  La realidad se fractura en ellos sin cesar, se empequeñece o magnifica, es demolida hasta transformarse en otra realidad que es pura y simplemente literatura.  La forma anticipa algunas novelas que muchos años después intentarían una nueva estructuración del género.  Pero ninguno puede compararse a la del irlandés en cuanto a ejercicio del humor, a su radiante alegría, a la felicidad que transpira el lenguaje" (565).  Una recomendación fuerte, ¿no?  Pero como ensayo, lo que se destacan en las páginas dedicadas a O'Brien son las memorables descripciones físicas acerca del novelista irlandés ("Sus últimas fotografías recuerdan las caras de esos psicópatas con que nos sobresalta de cuando en cuando la página roja de los diarios, sorprendidos por la cámara en el momento de su detención o en el camino al patíbulo: la frente huidiza, amedrentada, la piel que imaginamos gris o azulada, el descuido con que la corbata ciñe un cuello sucio y mal abotoando") y la irónica back story que llama la atención a la mala suerte de O'Brien en cuanto a "un público no receptivo": "La novela vendió doscientos cuarenta y cuatro ejemplares", Pitol nos especifica.  "Un par de años después, las bodegas de la editorial ardieron durante un bombardeo.  Longman's decidió no reeditar el libro.  Podrían haber sido escasos los lectores, pero entre ellos los hubo excepcionales.  Borges, en Buenos Aires; y entre los de lengua inglesa, Samuel Beckett, que de inmediato le llevó un ejemplar a Joyce, el cual escribió: 'Se trata de un auténtico escritor, con un sentido verdadero de la comicidad.  Es un libro en verdad muy divertido', y Dylan Thomas, quien, por su parte, escribió: 'Esta novela sitúa a O'Brien en la primera línea de la literatura contempóranea'" (562-563).  En otra parte, Pitol habla de su propia otrora "terror de crear un híbrido entre el relato y el tratado ensayístico" (621), un problema evidentemente superado por el mexicano hace muchos años.  ¿La última fase en esta evolución literaria?  De cuando Enrique conquistó Asjabad y cómo la perdió, un relato cómico --y tal vez, ligeramente autobiográfica-- en el que Pitol, el agregado cultural en Moscú en aquél entonces, y su viejo amigo Enrique Vila-Matas viaja a Asjabad, "ese espantoso culo del mundo" (597), para asistir a un festival de cine en 1979 y se convierten en protagonistas de varias desgracias en el desierto soviético.  Me gustaría decir más sobre este asunto, que empieza con Pitol hablando de su deseo de escribir "una novela policiaca cuyo protagonista será Gógol" y otros disparates (594), pero prefiero dejar tiempo para dos citas pitolianas.  #1.  "He sido un amante de la palabra, he sido su siervo, un explorador sobre su cuerpo, un topo que cava en su subsuelo; soy también su inquisidor, su abogado, su verdugo" (509).  #2.  "Antonio Tabucchi comentó una vez que Carlo Emilio Gadda invitaba a desconfiar de los escritores que no desconfían de sus propios libros" (651).

Enrique Vila-Matas (a la izquierda) & Sergio Pitol

Más
(Carlos Monsiváis y Sergio Pitol habla de El mago de Viena, 8 de octubre de 2005)