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miércoles, 25 de junio de 2014

Bosque quemado

Bosque quemado (Random House Mondadori, 2008)
por Roberto Brodsky
Chile, 2007

Bosque quemado, al parecer una obra de carácter fuertemente autobiográfico, se trata de la relación padre-hijo tensa entre un cardiólogo comunista chileno y su hijo adolescente después del golpe de Estado de 1973 que provocó sus huidas al exilio.  Dado que el narrador sin nombre y su padre Moisés están obligados a dejar la Argentina después de dejar de Chile ("Para entonces ya sonaba la alerta roja en la comunidad de los exiliados.  En las semanas precedentes, los cuerpos quemados y sin vida de chilenos, uruguayos y argentinos reconocidamente izquierdistas habían sido encontrados en los alrededores del aeropuerto de Ezeiza" [54]), también se trata de las peripecias involucradas en mantener una identidad cultural y/o nacional como parte de una diáspora porque casi todos los vínculos con el pasado de los dos hombres se han sido cortados.  Una ironía histórica terrible en el caso del padre, un hombre de ascendencia judía y él mismo el hijo de inmigrantes europeos.  O como el narrador lo explica al llegar a Venezuela, su padre "había salvado el pellejo huyendo de Buenos Aires a Caracas como antes lo hiciera  la corajuda Ana desde el progromo ucranio, y con eso bastaba.  En cuanto a mí, no había mayor novedad: mi padre era mi país, mi patria portátil.  Yo sería del lugar donde estuviese él" (70).  Un buen plan lo de quedarse con el padre, tal vez, pero desgraciadamente para el personaje un plan que no esté destinado a durar a lo largo de un exilio que eventualmente durará una década y que verá el "doctor Chile" en Venezuela y el narrador en España aguantando la desilusión y las noticias de las desaparencias y las muertes de sus amigos y familiares.  A pesar de unos momentos poco interesantes relacionados con una aventura amorosa del narrador después de su regreso a Chile, Bosque quemado a mí me pareció ser una muy buena novela, impactante y sutil, en su totalidad.  Hay una muy bien escrita escena hacia el final, por ejemplo, en que el narrador dice a su mujer que él está escribiendo algo que es "una mezcla" en términos del género de la obra: "ni puramenta novela ni tampoco biografía, en sentido estricto.  Es ficción, en el fondo" (197).  ¿Está el personaje describiendo la novela de Brodsky?  Quizá, pero lo interesante de la descripción no es su aspecto de metaficción dentro de un libro que es empapado en un realismo duro sino la reflexión introspectiva que la precede en el texto: "una obra literaria no es un ajuste de cuentas", escribe el narrador, "no había revancha que tomar" (196).  El éxito de Brodsky, me parece, proviene de justo esta paradoja argumental: en un libro cargado de un indecible tristeza  --y en un libro en que el propio título viene de una descripción de la enfermedad de Alzheimer, la aflicción que arrasará los "recuerdos, referencias, memoria, todo" (124) del cardiológo Moisés como otro robo de su identidad después de su regreso a su país natal-- el novelista ha escrito algo que produce honda emoción y que es fiel a la idea que el exilio está lleno de una "tristeza chejoviana" (130) al mismo tiempo que ha escrito algo que no se parece a un ajuste de cuentas.  Un logro eso, ¿no?  En todo caso, Ignacio Echevarría, en su comentario sobre Bosque quemado en la página 132 de Los libros esenciales de la literatura en español: narrativa de 1950 a nuestros días, elogia la obra con aun más entusiasmo: "Ninguna otra novela, hasta el momento, ha acertado a ilustrar mejor el drama de quienes, empujados al exilio por las feroces dictaduras que asolaron Latinoamérica en los años setenta, permanecieron fieles a una memoria y a unos idearios que los dueños y usuarios de las restauradas democracias obviaron, en un ejercicio de amnesia colectiva que hizo de ciertos ideales también un bosque quemado".

Roberto Brodsky

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