por Martín Kohan
Argentina, 2012
Un narrador obsesivo, una historia de amor y un crimen pasional + dos viajes de Buenos Aires a Bahía Blanca = una suerte de policial o thriller argentino que para mí era, si no exactamente mediocre, sí nada de este mundo. ¿Por qué Bahía Blanca? Pues, no estoy seguro. Aunque el narrador nos dice al principio que él se fugó a la ciudad portuaria porque "ninguna persona que yo conozca ha dicho nada bueno de Bahía Blanca, y fue por eso que la elegí como destino" (7), no es menos cierto que, aparte de unos pasajes no particularmente importantes dedicados al color local, con más tiempo para los viajes la novela bien podría haber sido llamada Bariloche o Ushuaia o algo por el estilo (bueno, me doy cuenta que Bariloche, de Andrés Neuman, ya existe, pero me entendés, ¿no?). Otra cosa que me dejó perplejo: el narrador, un tal Mario Novoa, se encuentra con un viejo amigo en algún momento por pura casualidad y casi en seguida decide confesarse culpable por un delito violento. Entendible en un libro que tiene ecos de Crimen y castigo --a veces ecos sardónicos-- pero poco creíble a la vez. Por otra parte, varios aspectos del estilo y del sentido de humor de Kohan me gustaron mucho. Por ejemplo, hay un episodio cerca del final escrito como una serie de descripciones de alta velocidad que me acordó de lo mejor de Manuel Puig: "Los dos insultos que profiere el motociclista al que encierra al arrancar el viejo del Toyota Corolla son: forro y boludo" (228). Aún mejor, hay dos escenas largas sobre el boxeo, "boxeo de verdad" como dice un personaje (203), que pulsan con una intensidad palpable. ¡Cómo me gustaría si Kohan escribiera un libro de crónicas sobre el deporte! Lo compraría sin pensarlo, sin vacilar un momento. ¿Qué tiene que ver el boxeo con el argumento de Bahía Blanca? Para Novoa, una lección que tiene que ver con su historia sentimental es ésta: el nocaut milagroso al final de una lucha histórica famosa demuestra que "no hay nada que no pueda revertirse, ningún hecho que no pueda deshacerse, cosa alguna que impida del todo que alguien logre volver atrás" (211). ¿La pelea? La inolvidable victoria de Galíndez sobre Kates de 1976. Si vos estés de acuerdo con el personaje o no, para mí lo importante es algo mucho más sencillo: la escritura de Kohan sobre el boxeo es cargada de electricidad, como si en afirmación de lo que dijo Cortázar al opinar que "un buen 'match' de box es tan hermoso como un cisne". Vos, ¿qué decís?
Al salir de los respectivos rincones para disputar el último round, todo el mundo parece haberlo comprendido. Por eso en el estadio colmado brota espontáneo un rugido unánime: Galíndez destrozado ha llegado ya casi al final, perderá como un valiente, hay gritos de admiración. Él mismo tal vez lo entiende también, porque en mitad del agotamiento que lo acaba y de las lesiones visibles que lo aquejan, se planta con relativa vitalidad a mantenerse allí por tres minutos más, los tres últimos que aún le quedan. ¿Y Richie Kates? Richie Kates parece darse por vencido a su vez ante la conmovedora capacidad de ese coloso para sufrir y sufrir y sufrir sin por eso doblegarse del todo. Le seguiría pegando a mansalva a lo largo de todo este decimoquinto round; seguirá tallando en su cara las facciones grotescas de un monstruo consumado; abrirá por enésima vez de una trompada la herida de la ceja derecha; salpicará y se salpicará con sangre golpeando esa cara nuevamente empapada; aflojará costillas, arruinará una boca, se lucirá, será campeón. Pero, al parecer, ya no conseguirá voltearlo (210).
Martín Kohan
N.B. Mario de QUADERNO RIBADABIA ha escrito una reseña de Bahía Blanca que se puede encontrar aquí.
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