domingo, 12 de febrero de 2023

El día que apagaron la luz

El día que apagaron la luz (Seix Barral, 2019)
por Camila Fabbri
Argentina, 2019

Camila Fabbri, una estudiante de 15 años en aquel entonces con la que su madre describió como una "cara de ocho" (25), fue a un recital de la banda de rock Callejeros en diciembre de 2004 al boliche República Cromañón en el barrio de Once de Buenos Aires.  La siguiente noche, estalló un incendio al local provocando una tragedia que dejó 194 muertos y casi 1500 heridos.  El día que apagaron la luz, una especie de novela de no ficción o, quizás mejor dicho, un collage dedicado a los eventos quince años más tarde, combina una crónica en primera persona por parte de Fabbri con entrevistas con y testimonios de varios sobrevivientes y/o miembros de la familia de los víctimas, mensajitos y texts tomados de WhatsApp y Facebook Messenger, y cosas por el estilo.  Una lectura desgarradora.  Un padre, médico de profesión, que llegó a Cromañón para recoger a sus dos hijas que habían escapado del boliche, después entró al lugar para salvar vidas si posible: "Lo que vi no me lo olvido más: ahí arriba como una presencia en el techo, vi una nube negra muy fina y larga.  Parecía de cemento o de alquitrán.  No se movía, no era vaporosa.  Parecía pintada con material, como una señal de tránsito o algo del más allá.  Yo no creo en los fantasmas, pero esa nube parecía hablar"(143).  Paradójicamente dado que el libro debe haber sido enormemente difícil de escribir, Fabbri misma hace hincapié en el trauma y la angustia de esa noche infernal sin tener pelos en la lengua.  A la espera de noticias de seres queridos que iban a ir al concierto, resulta que una amiga de Fabbri miraba la pared "con la vista perdida" durante gran parte de la noche.  Añade Fabbri: "La mañana del 31 de diciembre en Buenos Aires muchas personas no han dormido y están buscando, como zombies recién convertidos, el cuerpo humano que les corresponde" (89).  La misma amiga, cuyo novio y mejor amigo murieron esa misma noche, asistió al velorio del primero dentro de poco.  La autora nota que el llanto de la chica se convertió en mutismo a la casa funeraria cuando ella comprendió que lo que encontró en el cajón no era su novio sino "era solo un cuerpo.  La esencia --o el movimiento-- se habían retirado.  Esta idea la contuvo.  Para quien la mirara de lejos", Fabbri puntualiza, "era una imagen ilegal: una quinceañera sola mirando de cerca a su novio recostado dentro de una caja de madera" (92).  ¿Difícil de escribir todo esto?  Difícil de pensarlo y de leerlo también pero con su enfoque coral, Fabbri incluso introduce una suerte de autocrítica al compartir este comentario desaprobador de un conocido: "Yo no sé para qué querés que te cuente qué estaba haciendo esa noche.  Me parece morboso y no le interesa a nadie.  No entiendo qué querés hacer con esto y tampoco me importa" (153-154).  Dejo la última palabra, más comprensiva, a otra amiga de Fabbri: "A los quince años no pensás en la muerte.  De repente, tuvimos que pensarla.  Éramos muy chicas para entender" (69).

Camila Fabbri

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