Una excursión a los indios ranqueles (EDICOL, 2006)
por Lucio V. Mansilla
Argentina, 1870
Criticado por ser un dandy, por ser un egotista (Adolfo Prieto: "Junto con Sarmiento, Mansilla es tal vez el hombre que ha hablado más de sí mismo en nuestro país" [13]) y, de forma irónicamente reveladora, por ser un gran admirador de
Du contrat social de Rousseau en la época del dictador Juan Manuel de Rosas (quien, dicho sea de paso, era el tío del joven lector), Lucio V. Mansilla (1831-1913) tomó venganza de casi todos sus críticos con la publicación de
Una excursión a los indios ranqueles, un libro que, además de ser reteinteresante por ambos su contenido y su mera estructura (es decir, un mezcla de géneros como el diario de campaña, el relato de viaje, y la etnografía entre otras cosas), también propone una suerte de desafiante respuesta al problema de "civilización y barbarie" como formulado por Domingo Faustino Sarmiento en su polémico
Facundo. En resumen, lo siento esperé tanto tiempo para leerlo.
En todo caso, empecemos con el asunto del estilo del autor. En primer lugar, se puede decir sin miedo a equivocarse que Mansilla escribió su
Excursión para el lector culto y el hombre de la calle a la vez. Por ejemplo, él describe el cacique de los ranqueles, Mariano Rosas, como "el Talleyrand del desierto" en algún momento (35) y dice que un orador indio es "un Cicerón de la Pampa" en otro (176). Estas dos plumadas retóricas son típicas del estilo elevado de Mansilla, y éste no vacila en revelarse como un lector voraz al mencionar Brillat-Savarin, Emerson, Goethe, Manzoni, Schiller, Shakespeare y varias otras superestrellas de la blogosfera del siglo XIX en el curso de su relato. En otra parte, el buen coronel Mansilla dedica tres capítulos a la espeluznante historia de la muerte y la "resurección" de un tal cabo Gómez, dirigiéndose al "lector paciente" para hacer hincapié en el hecho que "el único mérito que tiene este cuento de fogón" sobre un soldado de la guerra del Paraguay "es ser cierto. No todas las historias pueden reivindicar ese crédito" (78). Basta decir que ésta no será la última vez que Mansilla se muestra preocupado por su relación con el lector. Habiendo ya dicho que el deseo de celebrar un tratado de paz con los ranqueles junto con "el deseo de ver con mis propios ojos ese mundo que llaman Tierra Adentro, para estudiar sus usos y costumbres, sus necesidades, sus ideas, su religión, su lengua, e inspeccionar yo mismo el terreno por donde alguna vez quizá tendrán que marchar las fuerzas que están bajo mis órdenes" (31) fueron las razones para iniciar el viaje de 18 días que él, dos padres franciscanos y un puñado de sus tropas pasaron viajando más allá de la frontera cordobesa, Mansilla pasa las más que 500 páginas que siguen informándonos de lo que observó en gran y frecuentemente memorable detalle. Hay escenas divertidas donde él enumera las formalidades para saludos de los ranqueles ("Que cómo me había ido de viaje. Que si no había perdido algunos caballos. Que cómo estaba yo y todos mis jefes, oficiales y soldados"), preguntas seguidas por abrazos y apretones y varios "hurras y vítores" (177). Hay himnos al campo argentino: "Lo digo ingenuamente, prefiero el aire libre del desierto, su cielo, su sublime y poética soledad a estas calles encajonadas, a este hormigueo de gente atareada, a estos horizontes circunscritos que no me permiten ver el firmamento cubierto de estrellas, sin levantar la cabeza, ni gozar del espectáculo imponente de la tempestad cuando serpentean los relámpagos luminosos y ruge el trueno. Hacía un día hermoso" (320). Hay debates diplomáticos como en Tucídides en que el cacique Mariano Rosas le pregunta a su contrincante el coronel Mansilla "con qué derecho habíamos ocupado el Río Quinto; dijo que esas tierras habían sido siempre de los indios; que sus padres y sus abuelos habían vivido por las lagunas de Chemecó, la Brava y Tarapendá por el cerillo de la Plata y Langhelo; agregó que no contentos con eso todavía los cristianos querían
acopiar (fue la palabra de que se valió) más tierra". Mansilla: "Que la tierra no era de los indios, sino de los que la hacían productiva trabajando". Rosas: "¿Cómo no ha de ser nuestra cuando hemos nacido en ella?" (413). También hay reflexiones sobre los gauchos buenos y los gauchos malos, historias dedicadas a los desertores y los bandidos que elijen vivir entre los ranqueles, y más de una anécdota triste sobre el destino de los cautivos cristianos que viven entre los indios como familia y/o esclavos. Sorprendentemente, a pesar de varios comentarios suyos en el que llama a los tribus "bárbaros" y cosas por el estilo, Mansilla concluye su informe con una medida de respeto para los ranqueles que se diferencia de la dicotomía de civilización y barbarie propuesta por Sarmiento 25 años antes. Les dejo con un par de citas: 1) "Mientras tanto, el bárbaro, el salvaje, el indio ese, que rechazamos y despreciamos, como si todos no derivásemos de un tronco común, como si la
planta hombre no fuese única en su especie, el día menos pensado nos prueba que somos muy altaneros, que vivimos en la ignorancia, de una vanidad descomunal, irritante, que ha penetrado en la oscuridad nebulosa de los cielos con el telescopio, que ha suprimido las distancias por medio de la electricidad y del vapor, que volará mañana, quizá, convenido; pero que no destruirá jamás, hasta
aniquilarla una simple partícula de la materia, ni le arrancará al hombre los secretos recónditos del corazón" (500-501). 2) "¿No tuvieron los conquistadores que casarse con mujeres indígenas, entroncando recién entre sí, pasada la primera generación? Y entonces, si es así, todos los americanos tenemos sangre de indio en las venas, ¿por qué ese grito constante de exterminio contra los bárbaros? Los hechos que se han observado sobre la constitución física y las facultades intelectuales y morales de ciertas razas, son demasiado aislados para sacar de ellos consecuencias generales, cuando se trata de condenar poblaciones enteras a la muerte o la barbarie" (523). Un librazo.
A Visit to the Ranquel Indians (
University of Nebraska Press, 1997)
by Lucio V. Mansilla [translated from the Spanish by Eva Gillies]
Argentina, 1870
Criticized for being a dandy, for being an egotist (Adolfo Prieto: "Junto con Sarmiento, Mansilla es tal vez el hombre que ha hablado más de sí mismo en nuestro país" ["Together with Sarmiento, Mansilla is perhaps the man who has most talked about himself in all our country"]) (13 in the Spanish language edition of the work) and, tellingly, for being a great admirer of Rousseau's
The Social Contract in the age of the dictator Juan Manuel de Rosas (the young reader was, in fact, the nephew of the
caudillo), Lucio V. Mansilla (1831-1913) no doubt exacted revenge on almost all his critics with the publication of
A Visit to the Ranquel Indians, a book which, in addition to being super interesting on account of both its subject matter and its stucture itself (a freewheeling blend of the campaign diary, the travel chronicle, and amateur ethnography among other things), proposes a sort of defiant response to the problem of "civilization and barbarism" as formulated by Domingo Faustino Sarmiento in the polemical
Facundo. In short, I'm sorry I waited so long to read the damn thing. In any case, let's begin with a look at the author's style. First off, it's clear that Mansilla wrote his
Visit with both the learned reader and the man in the street in mind. For example, he describes the chief of the Ranqueles, Mariano Rosas, as "this Talleyrand of the wilderness" at one point (6) and says that an Indian orator is "a veritable Cicero of the Pampas" at another (116). These two rhetorical flourishes are typical of Mansilla's elevated style, and he doesn't hesitate to reveal himself as a voracious reader by namedropping Brillat-Savarin, Emerson, Goethe, Manzoni, Schiller, Shakespeare and various other superstars of the 19th century blogosphere during the course of his work. Elsewhere, the good Colonel Mansilla dedicates three chapters to the hair-raising story of the death and "resurrection" of a certain Corporal Gómez, directing himself to the "patient reader" to stress that "the only merit of this campfire tale" about a soldier from the Paraguayan war "is that it is true. The same cannot be said of all stories" (38-39). Suffice it to say that this won't be the last time that Mansilla shows concern about where he stands in the reader's favor. Having declared at the outset that the desire to conclude a peace treaty with the Ranqueles along with "the desire to see with my own eyes that world they call Up Country, in order to study its habits and customs, its needs, ideas, religion, and language, and myself view the terrain over which some day the forces under my command might have to march" (2) were the principal reasons for undertaking the 18-day long journey which he, two Franciscan priests, and a handful of troops spent traveling beyond the Córdoba frontier, Mansilla spends the nearly 400 pages that follow filling us in on all he observed with minute and often memorable detail. There are humorous scenes where he enumerates the formulaic salutations the Ranquel emissaries would repeatedly use to greet him--"That he was very glad that I was gradually reaching his country (first reason). That he wished to know how I had fared on my journey (second reason). Whether I had not lost any horses on the way (third reason). How was I, together with all my senior officers and subalterns (fourth reason)"--questions followed by ritual embraces and handshakes and various "hurrahs and
vivas" (116-117). There are hymns to the Argentinean countryside: "I say it in all simplicity: I prefer the free air of the wilderness, its skies, its sublime and poetic solitude to these boxed-in streets, this anthill of busy people, these narrow horizons that do not allow me, unless I raise my head, to see the star-studded firmament or to enjoy the imposing spectacle of a storm, when the luminous lightning darts snakelike and the thunder roars. It was a beautiful day" (226). There are diplomatic debates as in Thucydides in which Chief Mariano Rosas asks his opponent Colonel Mansilla "by what right we had occupied the Río Quinto; said that those lands had always belonged to the Indians, that his parents and grandparents had lived around the lagoons of Chemecó, Brava, and Tarapendá, around the hillock of La Plata and around Langhelo; he added that, not content with this, the Christians wanted to 'collect' (that was the word he used) more land." Mansilla: "The land did not belong to the Indians but to those whose work made it productive." Rosas: "How can the land not belong to us, if we were born in it?" (300). There are also reflections on the differences between good and bad gauchos, stories dedicated to the white deserters and bandits who chose to live among the Ranqueles, and a few harrowing anecdotes concerning the Christian captives forced to live among the Indians as family members or slaves. Surprisingly, in spite of numerous comments in which he refers to the natives as "barbarians" and things of that nature, Mansilla concludes his report with a measure of respect for and understanding of the Ranqueles that differs from the civilization and barbarism dichotomy proposed by Sarmiento 25 years earlier. I'll leave you with a pair of quotes on the matter: 1) "Meanwhile that barbarian, that savage, that Indian we reject and despise--as if we were not all branches of the same tree, as if the "man-plant" were not a single species--shows us one fine day that we are very arrogant, that we live in ignorance, that ours is an inordinate itching vanity that has indeed pierced the nebulous darkness of the skies with its telescope, has done away with distance by electricity and steam, will perhaps fly tomorrow--granted--but that will never destroy to annihilation one simple particle of matter nor wrest from man the deepest secrets of his heart" (366). 2) "Did the conquerors not have to take native wives, mating among their own kind only after the first generation? So, if all of us in the Americas [
sic] have Indian blood in our veins, why this constant cry for the extermination of the barbarians? The facts that have been observed concerning the physical constitution and the intellectual and moral faculties of certain races are too sparse to enable us to draw general consequences from them when it is a matter of condemning entire races to
death or to
barbarism" (384). Great stuff.