Nuestra parte de noche (
Anagrama, 2019)
por Mariana Enriquez
La Argentina, 2019
Juan Peterson es un médium para la Orden, una sociedad secreta que invoca a la Oscuridad en busca de la vida eterna. Los ritos asociados con ponerse en contacto con los deidades del inframundo son sanguinarios, cuando menos, y la vida del médium tiende a ser de corta duración como resultado. Juan, sospechando que está cerca de la muerte, decide salvar a su hijo Gaspar --su probable sucesor en el oficio-- desde el mismo destino por ocultar la aptitud del pibe para ser médium de los líderes de la Orden. Con esto como telón de fondo, Mariana Enriquez cuenta una historia que combina elementos de terror, de lo sobrenatural, con elementos de realismo crudo que tocan al llamado terrorismo de estado. Transcurriendo entre los años 1981-1997 con un
flashback a los años 1960-1976,
Nuestra parte de noche es un lienzo grande pintado con urgencia y con gran atención al detalle. Aunque la trama te engancha con sus varios giros y vueltas, hay una sutileza en la novela como se puede ver en la escena donde Gaspar, ya adulto, asiste a la inauguración de una muestra fotográfica. Resulta que las fotos eran "de la Argentina durante su viaje de juventud por el interior en los últimos años de la dictadura", fotos tomadas al mismo tiempo que el viaje de Buenos Aires a Iguazú que hicieron Juan y Gaspar al comienzo de la novela. "Las fotos, pensó Gaspar, eran bastante geniales. Ninguna gritaba dictadura, represión ni muerte, pero la selección era inquietante" (597 & 599). Por supuesto, lo mismo podría decirse de la novela misma. Aunque Enriquez hace bien con el panorama general, también impresiona con sus pinceladas. Había un par de páginas magistrales sobre el Mundial de 1986, por ejemplo, que me emocionó tanto que el famoso video clip del "gol de siglo" de Maradona relatado por Víctor Hugo Morales: "Eran campeones y era como volar, como si no existiese nada más que ese momento, un momento que era para siempre y que era alegre y tristísimo porque no podía durar. Había que salir a la calle, no se podía estar solo. Las calles estaban llenas de bocinas y muñecos enrulados del 10 y banderas y papelitos mire mire qué locura mire mire qué emoción cantaba la gente, algunos sacaron el teléfono a la calle para que sus familiares que vivían en otros países escuchasen los gritos, las borracheras, y lloraban desde allá, desde Canadá y Estados Unidos y Brasil y México y España y Francia, exiliados por la dictadura, trabajando lejos porque en Argentina nunca había trabajo, algunos habían visto el partido en bares, otros lo habían escuchado por radio, todos querían volver para estar ahí, incluso en algunas provincias donde llovía y festejaban empapados, las camisetas pegadas al cuerpo" (307). En otra parte, la autora me hizo reír con esta observación de Gaspar sobre "la forma de hablar de los varones...especialmente el Negro y sus comparaciones futbolísticas. Lo que dijo este tipo fue como un gol olímpíco de córner. El infierno es ir ganando y que te den vuelta el partido en dos minutos" (545) y con este pasaje bolañesco sobre "el fragmento de un poema de Neruda" encontrado en un cuaderno. "A Julieta le gustaba Neruda, leía poemas de amor y políticos, típico de ella. Era un viejo de mierda, le decía, un pésimo tipo con las minas, pero qué poeta" (557). Al mismo tiempo, la novela está llena de momentos inquietantes --la muerte de una niña que tiene lugar casi en cámara lenta y la que está televisada en vivo desde Colombia, un tal Dr. Bradford que solía decir que "los cuerpos enfermos eran su patria" (171), el hallazgo de cadáveres en una fosa común en Misiones-- y referencias más o menos oblicuas a los desaparecidos que se cruzan con la "otra realidad" alucinatoria de su mundo de fantasmas y brujería y "las flores negras que crecen en el cielo". En resumen, un librazo.
Mariana Enriquez