Señales que precederán al fin del mundo (
Editorial Periférica, 2009)
por Yuri Herrera
México, 2009
Si viajar = metamorfosearse, la asombrosa
Señales que precederán al fin del mundo, "realista" y "mítica" a la vez, parece tener algo de
Pedro Páramo, de Rulfo, y de
Los Fantasmas, de Aira, en el sentido en el que no es claro que los personajes de Herrera sean vivos o muertos o incluso los vivos-muertos. Hablando sin rodeos, la novelita es un cuento de hadas apocalíptico dedicado a la migración fronteriza. Dicho de otra manera, la novelita es una chica con ojos hechizantes. Para explicar el logro estético de Herrera, debo comenzar diciendo que
Señales es una especie de
quest story, tal vez ambientada en el inframundo, que hace hincapié en los paralelos entre el viaje de su protagonista a los EE. UU y el viaje de los mexicas a Mictlan (por ejemplo, capítulo 7:
El lugar donde son comidos los corazones de la gente y/o capítulo 9:
El sitio de obsidiana, donde no hay ventanas, ni orificios para el humo). Es decir que Makina, la protagonista memorable de la obra, sale de su pueblo natal, donde todavía hablan lenguas nativas, hace una parada en boxes en el Gran Chilango, y eventualmente viaja por autobús al "otro lado del río" para "arreglar un asunto de familia" con el hermano que había dejado México tres años antes (33 & 23). A lo largo del camino, Makina se encuentra con "duros" como el señor Hache ("un reptil en pantalones" [18]), recibe una bala del revólver de un gringo de que ella se sana mágicamente, y --en uno de los momentos más divertidos del libro-- se encuentra con un viejo que dice que sólo está de paso en los Estados Unidos después de haber vivido allí algo como cincuenta años. No voy a decir más acerca de esta pequeña joya salvo que, para apropriarme del juicio del novelista sobre otra novela mexicana,
Señales que precederán al fin del mundo "me pareció la superchingoneria". Órale, loco.
Yuri Herrera
Estoy muerta, se dijo Makina cuando todas las cosas respingaron: un hombre cruzaba la calle a bastón, de súbito un quejido seco atravesó el asfalto, el hombre se quedó como a la espera de que le repitieran la pregunta y el suelo se abrió bajo sus pies: se tragó al hombre, y con él un auto y un perro, todo el oxígeno a su alrededor y hasta los gritos de los transeúntes. Estoy muerta, se dijo Makina, y apenas lo había dicho su cuerpo entero comenzó a resistir la sentencia y batió los pies desesperadamente hacia atrás, cada paso a un pie del deslave, hasta que el precipicio se definió en un círculo de perfección y Makina quedó a salvo.
Pinche ciudad ladina, se dijo, Siempre a punto de reinstalarse en el sótano.
Era la primera vez que le tocaba locura telúrica. La Ciudadcita estaba cosida a tiros y túneles horadados por cinco siglos de voracidad platera y a veces algún infeliz descubria por las malas lo a lo pendejo que habían sido cubiertos. Algunas casas ya se habían mandado al mudar al inframundo, y una cancha de fut, y media escuela vacía. Esas cosas siempre les suceden a los demás, hasta que le suceden a uno, se dijo. Echó una ojeada al precipicio, empatizó con el infeliz camino de la chingada, Buen camino, dijo sin ironía, y luego musitó: Mejor me apuro a cumplir este encargo.
(Señales que precederán al fin del mundo, 11-12)
Signs Preceding the End of the World in Translation