por Juan José Saer
Francia, 1983
El entenado = una "novela histórica" falsa que en realidad es una fábula filosófica sobre la escritura y la memoria y una especie de mito de origen sobre la conquista española y el cosmos saeriano a la vez. Amateur Reader (Tom) lo describe más sucintamente como "una novela de ideas hecho y derecho, subcategoría: lingüística y antropológica", lo que sin duda es mucho más útil. En todo caso, se trata de las memorias, narradas 60 años después de los sucesos contados, de un grumete español que llega a las orillas del río Paraná como parte de una expedición del siglo XVI. El único superviviente de un ataque por los indios, el muchacho pasa diez años entre la tribu colastiné donde presencia el comer de sus camaradas de a bordo durante una orgía antropófoga y más tarde funciona como un testigo al estilo de vida y a las preocupaciones metafísicas de los indios. Aunque sería comprensible si los temas del choque de culturas y en particular el canibalismo tomarían el centro del escenario en los recuerdos del narrador, después de su regreso a España y unas peripecias más bien pícarescas lo que se preocupa a él en su vejez es algo enteramente distinto. En breve, quiere entender los indios como hombres en vez de salvajes y quiere saber el propósito de su vida. Él explica, por ejemplo, que "yo crecí con ellos, y puedo decir que, con los años, al horror y a la
repugnancia que me inspiraron al principio los fue reemplazando la
compasión. Esa intemperie que los maltrataba, hecha de hambre, lluvias,
frío, sequía, inundaciones, enfermadades y muerte, estaba adentro de
una más grande, que los gobernaba con un rigor propio y sin medida,
contra el que no tenían defensa, ya que por estar oculta no podían
construir, como con la otra, armas o abrigos que la atenuaran" (101). Más tarde, acordándose de las palabras no entendidas Def-ghi, def-ghi usadas reiteradamente por los indios. él añade que, "después de largas reflexiones, deduje que si me habían dado ese nombre, era porque me hacían compartir, con todo lo otro que llamaban de la misma manera, alguna esencia solidaria. De mí esperaban que duplicara, como el agua, la imagen que daban de sí mismos, que repitiera sus gestos y palabras, que los representara en su ausencia y que fuese capaz, cuando me devolvieran a mis semejantes, de hacer como el espía o el adelantado que, por haber sido testigo de algo que el resto de la tribu todavía no había visto, pudiese volver sobre sus pasos para contárselo en detalle a todos. Amenazados por todo eso que nos rige desde lo oscuro, manteniéndonos en el aire abierto hasta que un buen día, con un gesto súbito y caprichoso, nos devuelve a lo indistinto, querían que de su pasaje por ese espejismo material quedase un testigo y un sobreviviente que fuese, ante el mundo, su narrador" (162-163). Dentro de un libro en cual el narrador ya había dicho que aprendiendo a leer y escribir constituyó "el único acto que podía justificar mi vida" (120), hay algo agridulce en esta meditación sobre el impulso de narrar y de rememorar.
Juan José Saer (1937-2005)