por Bernardo Kordon
Argentina, 1971
Kid Ñandubay es una excelente novela corta ambientada en el mundo de boxeo argentino en los años 1920 y 1930. En sus mejores momentos, huele a sudor y sueños rotos y recortes de prensa antiguos. Su autor, Bernardo Kordon (1915-2002, arriba), fue porteño y hincha de Arlt. Su narrador, Jack Berstein, es un porteño joven y prometedor que quiere ser boxeador de verdad algún día. "Un boxeador de verdad", explica el pibe con fervor, "no es un peleador sino un combatiente, y así me había dicho el entrenador del Belwarp: que yo tenía pasta de combatiente" (153). Cerca del final, como si hubiera sido estafado, el boxeador añade: "Todo hombre respeta a un combatiente y ésta es mi profesión, aunque casi siempre no me da para comer" (209). En un sentido pues, Kid Ñandubay tiene que ver con el auge y caída del protagonista como evoluciona desde campeón del barrio cuando chico en Buenos Aires hasta convertirse en el boxeador alias Kid Ñandubay en un circo de provincias como un adulto. En otro sentido, el relato es una carta de amor a la capital en otra época. También hay un giro imprevisto al final relacionado con la revelación que Jack o Jacobo Berstein es un judío de ascendencia rusa, pero no voy a decir nada sobre esto porque vale la pena de leerlo por sí mismo. En todo caso, la voz del narrador es la que triunfa aquí que hable de la Buenos Aires de su niñez ("La verdad es que entre cafishios y chorros no se querían nada" [138]) o que hable de su experiencia peleando en clubes de mala muerte en el Interior como él donde "el combate se realizó en [una] confitería convertida en campo de deportes" (181). A continuación, se puede encontrar una especie de instántanea Polaroid de Baires en las palabras del boxeador que me gustó mucho. Nocaut.
Kid Ñandubay es el último relato de Cross a la mandíbula. Cuentos argentinos de box (Buenos Aires: Grupo Editorial Norma, 2000, 131-212), selección y prólogo de Sergio S. Olguín.
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En vez de ir al Café Tokio, el Coco me llevó a escuchar tangos en El Nacional. Parecía preocupado y caminaba mirándose las puntiagudas puntas de sus botines abotonados.
-Ayer no me fue bien en Mataderos.
No agregó otra palabra y yo tampoco le pregunté nada. Había que esperar que largara prenda y mientras tanto escuchamos unos tangos en El Nacional. Porque algo diferenciaba a los cafishios criollos de los franceses y era el culto del tango. Entonces Carlos Gardel no era más famoso que Ignacio Corsini, y mis amigos cafishios preferían a Agustín Magaldi porque era más sentimental, y recuerdo que los tangos que más les gustaban eran "El penado 14" y "Las cuarenta". Otro cantor que querían con locura era Ernesto Famá, especialmente cuando cantaba tangos como "Cambalache", y les gustaba verlo actuar tan flaco y pícaro, cuando al cantar estiraba su mano larga y cubierta de anillos. Del mismo modo adoraban a Azucena Maizani, y el Coco siempre iba a los teatros donde actuaba La Ñata Gaucha, le gustaba su voz gruesa como de macho y que vistiera de hombre, y en cambio se reía de Libertad Lamarque, de quien decía que era una bobalicona, apelativo que recuerdo porque nunca lo había escuchado y entonces lo aprendí, porque para palabras difíciles los fiocas sabían un montón, lo mismo que de educación, y hasta había algunos que hablaban francés porque sabían viajar por allí. Por eso cuando hablo de los cafishios empiezo a criticarlos como se debe hacer, pero después los voy defendiendo: la verdad es que no eran malos tipos y además de ayudarme, me enseñaron muchas cosas. Por ejemplo existía la amistad y algo muy importante: eso de tener clase. A veces dos cafishios amigos se encontraban y juntando las monedas apenas si reunían un mango. Otros tipos podían comprar pan y fiambre para comer en la pieza, o llenarse con dos cafés con leche y pan con manteca. Justamente esto era falta de clase: un cafishio de café con leche era un renegado de su uniforme. Los dos fiocas de verdad revoloteaban una moneda para eligir quién iba a comer, pero comer como un señor, y el perdedor lo acompañaba y se sentaban juntos en el restaurante, y el fioca que no le tocaba comer llevaba un escarbadiente en la boca y le decía al mozo que él ya había comido, y no dejaba de limpiarse los dientes, no perdía la compostura aunque se muriera de hambre, y el que había ganado trataba de que le quedara una moneda para invitar al amigo con un café y entraban en el Tokio o en el Marzzoto con los escarbadientes en la boca y nadie podía saber quién de los dos no había comido. Eso era un ejemplo de tener clase. Otro era el silencio del Coco. Una noche y un día de silencio. Hasta que salimos de El Nacional.
(Kid Ñandubay, 146-147)
With lines like "the battle took place in [one] confectionery converted sports field" this sounds irresistible... I'm sure that making sense of google translated posts can actually stave off the onset of dementia.
ResponderBorrarI don't know that anything by Kordon has been officially translated into English, Séamus, which is a shame judging by this title and its vitality. Just imagining a boxing ring set up in a confectionery says it all desperation-wise, but I fear writing posts that necessitate Google translate on the part of the readers may hasten rather than stave off dementia--at least on this blogger's part. Thanks for reading, as always, though!
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